sábado, 7 de marzo de 2015

LA IMPORTANCIA DE EDUCAR EN VALORES

Ha pasado casi un mes desde que Florencio nos adjudicó un cuento de los Hermanos Grimm a cada alumno para que nos sirviera de punto de partida en la asignatura. A mí me adjudicó uno que no me gustó nada (El señor padrino) de modo que elegí libremente otro que me sedujo más (El sastrecillo listo). Lo primero que teníamos que hacer era pensar en los valores que nos transmitía el cuento y desde entonces este interrogante me ha acompañado. Pero antes de hablar del contenido de El sastrecillo listo, que dejaré para una próxima entrada, me gustaría ofrecer una breve reflexión acerca de los valores.


Actualmente asistimos a una gran paradoja. De un lado, nos quejamos de una crisis de valores y reclamamos su recuperación, sobre todo por medio de la educación; y de otro, pensamos que un discurso sobre valores es algo anticuado.
Habitualmente se considera que la pérdida de valores forma parte de una crisis contemporánea más compleja con componentes negativos tales como el desprestigio de las virtudes tradicionales, el debilitamiento de la familia, la violación de lo público, hechos de violencia y corrupción, etc. Todo ello parece acompañar a los fenómenos de la modernización y la globalización, y se manifiesta como educación permisiva, pérdida del sentido de la disciplina, de unos ideales, de modelos de comportamiento… Para algunos, la solución viene de la mano de posturas autoritarias, de rescatar los valores de la tradición, de la familia, de morales doctrinarias. Este es el enfoque de posturas que pueden ser calificadas de absolutas.

Desde el punto de vista opuesto, se sostiene que hoy en día carece de sentido una discusión sobre los valores porque el curso de la historia no parece ser influido por las valoraciones de las personas. Por ello, se rechaza de plano la educación en valores porque acaba siendo un modo de adoctrinar en contra de la autonomía y la espontaneidad de las personas. Son las posturas denominadas relativistas.

Entre ambos extremos existe una postura intermedia, que a mi modo de ver es la que debemos asumir los maestros. Creo firmemente que los valores se pueden y se deben enseñar pero la moral no puede ser impuesta de una manera doctrinaria. Tampoco puede ser reducida a meras actitudes de aprecio y estima con respecto a determinados valores, sino que se trata de desarrollar una capacidad de aplicar en la vida diaria los ideales morales. Esta capacidad se educa de la misma forma que se cultivan otras competencias como la lectura, la escritura o las matemáticas: poniéndolas en práctica. Por ejemplo, para desarrollar la conciencia y la capacidad de responsabilidad, es necesario tener la experiencia práctica mediante la participación social y la toma de decisiones. Es decir, educar  en valores es un proceso de construcción personal y autónomo que se produce cuando el individuo convive y se interrelaciona con las demás personas de su entorno. Por ello, uno de los objetivos primordiales del maestro ha de ser conseguir que el alumno adquiera y desarrolle una moral integradora y respetuosa tanto consigo mismo como con los demás.

En sintonía con lo expuesto, apoyo la idea de que los problemas a los que nos enfrentaremos en un futuro próximo como maestros y como ciudadanos no se resuelven ni con más técnica ni con más ciencia, sino con más ética, lo que requiere comprender nuestro ejercicio profesional no sólo desde una perspectiva tecnológica e instrumental, sino también desde una perspectiva axiológica.

Para terminar hoy, quisiera hacerlo con una cita que, a mi modo de ver y sentir, encierra mucha sabiduría:


“Ser y hacer de maestro significa crear condiciones que promuevan en el que aprende, sujeto en situación de interacción social, aquellas capacidades que le permitan gestionar la complejidad, la del conocimiento y la de la vida; la del presente y la del futuro. (Miquel Martínez)

Fuente: Hoyos, G y Martínez, M. ¿Qué significa educar en valores hoy?.

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