LA IMPORTANCIA DE EDUCAR EN VALORES
Ha pasado casi un mes desde que Florencio nos adjudicó un
cuento de los Hermanos Grimm a cada alumno para que nos sirviera de punto de
partida en la asignatura. A mí me adjudicó uno que no me gustó nada (El señor padrino) de modo que elegí
libremente otro que me sedujo más (El
sastrecillo listo). Lo primero que teníamos que hacer era pensar en los
valores que nos transmitía el cuento y desde entonces este interrogante me ha
acompañado. Pero antes de hablar del contenido de El sastrecillo listo, que dejaré para una próxima entrada, me
gustaría ofrecer una breve reflexión acerca de los valores.
Actualmente asistimos a una gran paradoja. De un lado, nos
quejamos de una crisis de valores y reclamamos su recuperación, sobre todo por
medio de la educación; y de otro, pensamos que un discurso sobre valores es
algo anticuado.
Habitualmente se considera que la pérdida de valores forma
parte de una crisis contemporánea más compleja con componentes negativos tales
como el desprestigio de las virtudes tradicionales, el debilitamiento de la
familia, la violación de lo público, hechos de violencia y corrupción, etc.
Todo ello parece acompañar a los fenómenos de la modernización y la
globalización, y se manifiesta como educación permisiva, pérdida del sentido de
la disciplina, de unos ideales, de modelos de comportamiento… Para algunos, la
solución viene de la mano de posturas autoritarias, de rescatar los valores de
la tradición, de la familia, de morales doctrinarias. Este es el enfoque de
posturas que pueden ser calificadas de absolutas.
Desde el punto de vista opuesto, se sostiene que hoy en día
carece de sentido una discusión sobre los valores porque el curso de la
historia no parece ser influido por las valoraciones de las personas. Por ello,
se rechaza de plano la educación en valores porque acaba siendo un modo de adoctrinar
en contra de la autonomía y la espontaneidad de las personas. Son las posturas
denominadas relativistas.
Entre ambos extremos existe una postura intermedia, que a mi
modo de ver es la que debemos asumir los maestros. Creo firmemente que los
valores se pueden y se deben enseñar pero la moral no puede ser impuesta de una
manera doctrinaria. Tampoco puede ser reducida a meras actitudes de aprecio y
estima con respecto a determinados valores, sino que se trata de desarrollar
una capacidad de aplicar en la vida diaria los ideales morales. Esta capacidad
se educa de la misma forma que se cultivan otras competencias como la lectura,
la escritura o las matemáticas: poniéndolas en práctica. Por ejemplo, para
desarrollar la conciencia y la capacidad de responsabilidad, es necesario tener
la experiencia práctica mediante la participación social y la toma de
decisiones. Es decir, educar en valores
es un proceso de construcción personal y autónomo que se produce cuando el
individuo convive y se interrelaciona con las demás personas de su entorno. Por
ello, uno de los objetivos primordiales del maestro ha de ser conseguir que el alumno
adquiera y desarrolle una moral integradora y respetuosa tanto consigo mismo
como con los demás.
En sintonía con lo expuesto, apoyo la idea de que los
problemas a los que nos enfrentaremos en un futuro próximo como maestros y como
ciudadanos no se resuelven ni con más técnica ni con más ciencia, sino con más
ética, lo que requiere comprender nuestro ejercicio profesional no sólo desde
una perspectiva tecnológica e instrumental, sino también desde una perspectiva
axiológica.
Para terminar hoy, quisiera hacerlo con una cita que, a mi
modo de ver y sentir, encierra mucha sabiduría:
“Ser y hacer de maestro significa crear condiciones que
promuevan en el que aprende, sujeto en situación de interacción social,
aquellas capacidades que le permitan gestionar la complejidad, la del
conocimiento y la de la vida; la del presente y la del futuro. (Miquel
Martínez)
Fuente: Hoyos, G y Martínez, M. ¿Qué significa educar en valores hoy?.
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