EL “ARTE INFANTIL” (2ª parte): Etapas de 1 a 7 años
En mi anterior post anticipé
que dedicaría varias entradas al “arte infantil”. En clase hemos visto, a
grandes rasgos, los aspectos más significativos pero, a mí personalmente, me ha
sabido a poco. Por ello he querido profundizar
y saber más, tratando de dar respuesta a los numerosos interrogantes que se
me plantean. Aquí expongo lo que he aprendido al respecto.
Vamos a ver el desarrollo
grafo-plástico del niño desde los 18 meses hasta los 17 años, es decir, mucho
antes y después de la Educación Primaria, para dotarnos de una perspectiva más
amplia. Es el período que estudia Viktor
Lowenfeld, un profesor de educación artística austriaco de origen judío que
contribuyó de manera decisiva al desarrollo de este campo en los Estados
Unidos. Realizó estudios de arte y psicología y trabajó en un instituto para invidentes. Cuando Freud conoció su trabajo, le hizo una
visita y, a partir de ese momento, la implicación de Lowenfeld en el estudio
del valor terapeútico de las actividades creativas fue mayor.
Junto a Lambert, escribió en 1957
Desarrollo de la capacidad creadora,
donde articulan el desarrollo del dibujo en seis etapas bien definidas, teniendo en cuenta diversos factores:
el modo de aprehender la realidad, el modo de representar la figura humana, el
desarrollo del grafismo, el uso del espacio gráfico y la utilización del color.
Estas etapas son las siguientes:
- Garabateo (2-4 años)
- Preesquemática (4-7 años)
- Esquemática (7-9 años)
- Realismo (9-11 años)
- Naturalismo (11-13 años)
- Decisión (13-17 años)
En esta entrada me ocuparé de las
dos primeras que son las inmediatamente anteriores a la Educación Primaria.
El primer registro gráfico del
niño sucede en torno al año y medio de vida. A esta edad se produce una
confluencia de los sentidos. Para percibir el entorno, el niño necesita ver,
escuchar, oler, tocar, saborear, manipular todo. Por eso, cuando se le presenta
la oportunidad y descubre que es capaz de dibujar, empieza a realizar garabatos. Primero lo hace de una manera
desordenada, sin ningún control sobre sus movimientos. Coge el
lápiz mayormente con toda la mano cerrada y mueve todo el brazo, desde el
hombro, hacia adelante y hacia atrás, sin tan siquiera mirar o fijarse en lo
que está garabateando. El resultado suelen ser unas rayas continuas en forma de
zigzag que ocupan todo el espacio, ignorando los márgenes del papel. Lo que el
niño obtiene es básicamente un placer kinestésico. En esta fase, el niño no
intenta representar nada y no muestra todavía ningún interés por el color.
Cuando el niño aprende a tener
mayor control viso-manual y mental, siendo capaz de relacionar los movimientos de su mano con las
formas que dibuja, el garabateo pasa
ya a ser controlado. El niño
descubre que es el ojo el que guía la mano, con lo que comienza a dotar sus
trazos de mayor precisión, llevándolos hacia donde desea. Esto ocurre
unos seis meses después de haber empezado a garabatear, a los 2 años
aproximadamente. Los dibujos son más reducidos de tamaño y a las formas anteriores
se suman las circulares, los famosos soles. Además comienza ya a respetar los
márgenes del papel y a sentirse atraído por los colores en el dibujo.
Un año y medio después, a los
tres años y medio, siempre aproximadamente, se produce un paso de gigante hacia
una etapa de gran trascendencia, la del garabato
con nombre, llamada así porque el niño comienza a dar nombre a sus
garabatos. En ella el pensamiento pasa de ser kinestésico a ser imaginativo. Lo
apreciamos porque aparece la función simbólica del grafismo. El niño posee ya un
control mucho mayor de su grafomotricidad, sujeta el lápiz entre los dedos y es
capaz ya de dibujar con precisión rayas, horizontales, verticales o curvas. La
atención mejora y se empieza a dibujar con una determinada intención, es decir,
comienza a atribuir un significado a lo que dibuja, aunque en muchos casos sea
irreconocible. Y es que, el mismo trazo puede emplearse para representar cosas
diferentes.
Las tres etapas del garabateo
tienen en común que el niño no
muestra ninguna intención de representar nada, al no existir una relación entre
el mundo exterior y sus trazos. La única motivación que le moviliza es el
propio movimiento que realiza. Pero no debe pensarse que se trata de una mera
actividad física sin más trascendencia. El garabateo además de desarrollar la
motricidad fina, es el inicio de un nuevo modo de expresarse, que comprende los
aspectos plásticos y el lenguaje icónico sobre los que se asentarán tanto el
dibujo como la escritura. Además, hay que tener en cuenta que el garabateo, en
tanto expresión grafo-motriz, le sirve al niño para manifestar sus impulsos,
inquietudes y necesidades. Por eso es
importante que los niños garabateen.
A los cuatro años se inicia una
nueva etapa, la denominada por Lowenfeld y Lambert preesquemática, que se extiende hasta los siete. Entonces se
produce un cambio sustancial: en este periodo se desarrolla el pensamiento
simbólico y el niño comienza a crear formas y figuras de manera consciente. Una
de las preferidas es la figura humana y la manera de representarla es mediante
los llamados “cabezones” o “renacuajos”.
Al principio se limitará a una cabeza enorme de la que surgen dos piernas
largas. Poco a poco se van añadiendo más elementos como los brazos, el cuerpo y
los detalles del rostro y, al finalizar la etapa, la figura será ya mucho más
elaborada. Se trata de una visión egocéntrica
del dibujo, consecuencia de haber descubierto su propio esquema corporal. Los
objetos aparecen flotando en
cualquier lugar (arriba, abajo, uno al lado del otro), ya que el niño concibe
el espacio en relación a sí mismo y a su propio cuerpo.
Más adelante el niño empieza a
representar también objetos del mundo
que le rodea, de un modo que denota su percepción de las cosas. Por ejemplo,
las que le han impactado, tiende a exagerarlas. [Los psicólogos han investigado mucho sobre este tema porque,
como dije en entradas anteriores, a través del dibujo acceden a experiencias vividas
por el niño que no quiere o no sabe verbalizar. De ello me ocuparé en una
próxima entrada]. Los temas preferidos son el sol, la casa, los
animales, las plantas y los medios de transporte (coches). En los primeros años
de la etapa, los niños piensan que estos elementos están vivos, como los humanos
y esta concepción animista también se ve reflejada en sus creaciones
artísticas. Es importante destacar que, en estos primeros intentos de
representación, el niño representa la realidad como él la entiende, no la
copia.
En cuanto al color, no suele
haber mucha relación entre este y la figura representada, ya que el niño usa el
color que le gusta o impacta, no el que se adecúa [sobre esto, también hay muchos estudios psicólogicos de los
que hablaré en otra ocasión]. Se aplica por partes, no en su totalidad y
sin ninguna intención de crear volumen.
Otro cambio importante respecto
del garabateo es el tiempo que el niño pasa dibujando, se siente tan atraído
por el dibujo que puede ya concentrarse en él durante media hora.
Generalmente la familia más
directa, sobre todo los padres, son
los primeros personajes representados y es también a ellos, a quienes sus hijos
suelen obsequiar con sus creaciones. Conviene que los adultos se interesen por
ellas, que les pregunten qué han dibujado porque es una buena forma de
comunicación y porque el modo en que reciban sus pequeñas obras de arte, será
determinante para la evolución del niño. Hay que pensar que el propio proceso
de creación tiene más importancia que el resultado final y por lo tanto, cualquier
motivación artística ha de servirles de estímulo y hacerles sentir que lo que
realizan es importante.
Asimismo, especialmente en los
inicios, es conveniente proporcionarle al niño los útiles y el lugar apropiado porque, de lo contrario, acabará
dibujando en cualquier superficie que encuentre como las paredes o los muebles.
Otro aspecto a tener en cuenta es la idoneidad de estos útiles, para que no
contengan ningún elemento peligroso como la toxicidad o el atragantamiento.
Por otro lado, algunos padres y
maestros se empeñan en reconocer en los garabatos descontrolados de sus hijos y
alumnos algo real, incluso le dan modelos para que los copie. Otras veces fuerzan
al niño para que justifique lo que ha dibujado. Pues bien, hay que decir que todo
esto puede ser muy perjudicial para
su desarrollo. El niño debe ser tratado con afectividad y escuchado con
paciencia, pero sin presiones.
Por último, poner de manifiesto
lo desaconsejable que es “atiborrar” al niño de espacios prefijados para que los coloree porque esto anula su
expresividad. El dibujo conviene que esté motivado (por lecturas de cuentos,
visitas extraescolares…) y las actividades creativas, relacionadas con el
juego.




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