sábado, 14 de marzo de 2015

EL “ARTE INFANTIL” (2ª parte): Etapas de 1 a 7 años

En mi anterior post anticipé que dedicaría varias entradas al “arte infantil”. En clase hemos visto, a grandes rasgos, los aspectos más significativos pero, a mí personalmente, me ha sabido a poco. Por ello he querido profundizar y saber más, tratando de dar respuesta a los numerosos interrogantes que se me plantean. Aquí expongo lo que he aprendido al respecto.

Vamos a ver el desarrollo grafo-plástico del niño desde los 18 meses hasta los 17 años, es decir, mucho antes y después de la Educación Primaria, para dotarnos de una perspectiva más amplia. Es el período que estudia Viktor Lowenfeld, un profesor de educación artística austriaco de origen judío que contribuyó de manera decisiva al desarrollo de este campo en los Estados Unidos. Realizó estudios de arte y psicología y trabajó en un instituto para invidentes. Cuando Freud conoció su trabajo, le hizo una visita y, a partir de ese momento, la implicación de Lowenfeld en el estudio del valor terapeútico de las actividades creativas fue mayor.

Junto a Lambert, escribió en 1957 Desarrollo de la capacidad creadora, donde articulan el desarrollo del dibujo en seis etapas bien definidas, teniendo en cuenta diversos factores: el modo de aprehender la realidad, el modo de representar la figura humana, el desarrollo del grafismo, el uso del espacio gráfico y la utilización del color.

Estas etapas son las siguientes:
  1. Garabateo (2-4 años)
  2. Preesquemática (4-7 años)
  3. Esquemática (7-9 años)
  4. Realismo (9-11 años)
  5. Naturalismo (11-13 años)
  6. Decisión (13-17 años)

En esta entrada me ocuparé de las dos primeras que son las inmediatamente anteriores a la Educación Primaria.

El primer registro gráfico del niño sucede en torno al año y medio de vida. A esta edad se produce una confluencia de los sentidos. Para percibir el entorno, el niño necesita ver, escuchar, oler, tocar, saborear, manipular todo. Por eso, cuando se le presenta la oportunidad y descubre que es capaz de dibujar, empieza a realizar garabatos. Primero lo hace de una manera desordenada, sin ningún control sobre sus movimientos. Coge el lápiz mayormente con toda la mano cerrada y mueve todo el brazo, desde el hombro, hacia adelante y hacia atrás, sin tan siquiera mirar o fijarse en lo que está garabateando. El resultado suelen ser unas rayas continuas en forma de zigzag que ocupan todo el espacio, ignorando los márgenes del papel. Lo que el niño obtiene es básicamente un placer kinestésico. En esta fase, el niño no intenta representar nada y no muestra todavía ningún interés por el color.


Cuando el niño aprende a tener mayor control viso-manual y mental, siendo capaz de  relacionar los movimientos de su mano con las formas que dibuja, el garabateo pasa ya a ser controlado. El niño descubre que es el ojo el que guía la mano, con lo que comienza a dotar sus trazos de mayor precisión, llevándolos hacia donde desea. Esto ocurre unos seis meses después de haber empezado a garabatear, a los 2 años aproximadamente. Los dibujos son más reducidos de tamaño y a las formas anteriores se suman las circulares, los famosos soles. Además comienza ya a respetar los márgenes del papel y a sentirse atraído por los colores en el dibujo.



Un año y medio después, a los tres años y medio, siempre aproximadamente, se produce un paso de gigante hacia una etapa de gran trascendencia, la del garabato con nombre, llamada así porque el niño comienza a dar nombre a sus garabatos. En ella el pensamiento pasa de ser kinestésico a ser imaginativo. Lo apreciamos porque aparece la función simbólica del grafismo. El niño posee ya un control mucho mayor de su grafomotricidad, sujeta el lápiz entre los dedos y es capaz ya de dibujar con precisión rayas, horizontales, verticales o curvas. La atención mejora y se empieza a dibujar con una determinada intención, es decir, comienza a atribuir un significado a lo que dibuja, aunque en muchos casos sea irreconocible. Y es que, el mismo trazo puede emplearse para representar cosas diferentes.



Las tres etapas del garabateo tienen en común que el niño no muestra ninguna intención de representar nada, al no existir una relación entre el mundo exterior y sus trazos. La única motivación que le moviliza es el propio movimiento que realiza. Pero no debe pensarse que se trata de una mera actividad física sin más trascendencia. El garabateo además de desarrollar la motricidad fina, es el inicio de un nuevo modo de expresarse, que comprende los aspectos plásticos y el lenguaje icónico sobre los que se asentarán tanto el dibujo como la escritura. Además, hay que tener en cuenta que el garabateo, en tanto expresión grafo-motriz, le sirve al niño para manifestar sus impulsos, inquietudes y necesidades. Por eso es importante que los niños garabateen.

A los cuatro años se inicia una nueva etapa, la denominada por Lowenfeld y Lambert preesquemática, que se extiende hasta los siete. Entonces se produce un cambio sustancial: en este periodo se desarrolla el pensamiento simbólico y el niño comienza a crear formas y figuras de manera consciente. Una de las preferidas es la figura humana y la manera de representarla es mediante los llamados “cabezones” o “renacuajos”. Al principio se limitará a una cabeza enorme de la que surgen dos piernas largas. Poco a poco se van añadiendo más elementos como los brazos, el cuerpo y los detalles del rostro y, al finalizar la etapa, la figura será ya mucho más elaborada. Se trata de una visión egocéntrica del dibujo, consecuencia de haber descubierto su propio esquema corporal. Los objetos aparecen flotando en cualquier lugar (arriba, abajo, uno al lado del otro), ya que el niño concibe el espacio en relación a sí mismo y a su propio cuerpo.



Más adelante el niño empieza a representar también objetos del mundo que le rodea, de un modo que denota su percepción de las cosas. Por ejemplo, las que le han impactado, tiende a exagerarlas. [Los psicólogos han investigado mucho sobre este tema porque, como dije en entradas anteriores, a través del dibujo acceden a experiencias vividas por el niño que no quiere o no sabe verbalizar. De ello me ocuparé en una próxima entrada]. Los temas preferidos son el sol, la casa, los animales, las plantas y los medios de transporte (coches). En los primeros años de la etapa, los niños piensan que estos elementos están vivos, como los humanos y esta concepción animista también se ve reflejada en sus creaciones artísticas. Es importante destacar que, en estos primeros intentos de representación, el niño representa la realidad como él la entiende, no la copia.

En cuanto al color, no suele haber mucha relación entre este y la figura representada, ya que el niño usa el color que le gusta o impacta, no el que se adecúa [sobre esto, también hay muchos estudios psicólogicos de los que hablaré en otra ocasión]. Se aplica por partes, no en su totalidad y sin ninguna intención de crear volumen.

Otro cambio importante respecto del garabateo es el tiempo que el niño pasa dibujando, se siente tan atraído por el dibujo que puede ya concentrarse en él durante media hora.

Generalmente la familia más directa, sobre todo los padres, son los primeros personajes representados y es también a ellos, a quienes sus hijos suelen obsequiar con sus creaciones. Conviene que los adultos se interesen por ellas, que les pregunten qué han dibujado porque es una buena forma de comunicación y porque el modo en que reciban sus pequeñas obras de arte, será determinante para la evolución del niño. Hay que pensar que el propio proceso de creación tiene más importancia que el resultado final y por lo tanto, cualquier motivación artística ha de servirles de estímulo y hacerles sentir que lo que realizan es importante.

Asimismo, especialmente en los inicios, es conveniente proporcionarle al niño los útiles y el lugar apropiado porque, de lo contrario, acabará dibujando en cualquier superficie que encuentre como las paredes o los muebles. Otro aspecto a tener en cuenta es la idoneidad de estos útiles, para que no contengan ningún elemento peligroso como la toxicidad o el atragantamiento.

Por otro lado, algunos padres y maestros se empeñan en reconocer en los garabatos descontrolados de sus hijos y alumnos algo real, incluso le dan modelos para que los copie. Otras veces fuerzan al niño para que justifique lo que ha dibujado. Pues bien, hay que decir que todo esto puede ser muy perjudicial para su desarrollo. El niño debe ser tratado con afectividad y escuchado con paciencia, pero sin presiones.


Por último, poner de manifiesto lo desaconsejable que es “atiborrar” al niño de espacios prefijados para que los coloree porque esto anula su expresividad. El dibujo conviene que esté motivado (por lecturas de cuentos, visitas extraescolares…) y las actividades creativas, relacionadas con el juego.

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